Proposiciones para una nueva izquierda
Por Carlos Rojas
Ya son bien sabidas las viejas historias contadas por la izquierda tradicional sobre los movimientos sociales, políticos y la derrota de estos durante el siglo xx: La revolución maoista; la guerra civil española y su auge del anarquismo; la revolución cubana y el más manoseado de todos, la revolución Bolchevique en Rusia, posterior Stalinismo, caída de la Unión soviética. Esta última situación provocó de manera sistematizada, una profunda desilusión desde la ciudadanía hacia los ideales izquierdistas y la instauración del neoliberalismo como economía hegemónica en el mundo.
Ahora bien, sin ánimos de quedarnos meramente en un ejercicio melancólico de “perdimos por esto”, me gustaría hacer una breve descripción de las características más esenciales de la izquierda del siglo XX, cuáles son sus límites y proponer un concepto de izquierda para el siglo XXI.
Históricamente, el anarquismo, marxismo, feminismo y demás frentes en donde la izquierda se desarrolló hasta fines del siglo pasado, tuvieron su cuna como proyectos modernos que buscaban la liberación de la humanidad, bajo el alero de la racionalidad ilustrada. No es menor mencionar el contexto histórico ilustrado que marcó estos intentos de libertad y progreso humano, ya que es precisamente esta racionalidad ilustrada la principal característica y límite de la izquierda en su forma más tradicional. Algunas de las peculiaridades del pensamiento ilustrado desde Descartes a Kant, son la insistencia sistematica en pensar la realidad en dicotomias: blanco o negro, racional o emocional, comunismo o anarquismo, socialismo de un solo pais o revolución permanente, socialismo o barbarie, patria o muerte, etc. Cabe mencionar que los autodenominados “trotskistas” son un buen ejemplo de este tipo de lógicas que persisten actualmente en la izquierda.
Otra característica es la idea de insurrección influenciada por la revolución francesa y la revolución rusa, como un ”evento” que ocurre en una fecha determinada por una catarsis popular, con un himno, con una bandera, con un héroe. Y finalmente, dentro de las características más destacables de la ilustración moderna tiene que considerar la totalidad de la realidad como homogénea, es decir, sin matices o con un contenido que sea diversamente reconocible. Esta concepción de la totalidad fue una de las razones del auge de las dictaduras totalitarias de derecha e izquierda.
Básicamente, la humanidad en su conjunto era presa de la ilustración, desde el fascismo, el liberalismo y las mentes detrás de los intentos de revolución por parte de la izquierda. En palabras más sencillas, “era lo máximo que la humanidad se podría llevar así misma en ese contexto histórico”. El ideal emancipador de la ilustración terminó en dos terribles guerras mundiales y con la posterior instauración del capitalismo como eje de la vida efectiva en todos los niveles de la población mundial.
Muchos llaman a esta época pos-ilustrada, como “posmoderna”, en donde, ante los fracasos de la época, existe una profunda desilusión sobre la idea de emancipación, y una intensa profundización de los aspectos individuales que nos han fragmentado cada vez más como sociedad, donde ya no hay ideales colectivos, sino meros puntos de vistas. La meta ahora no es alcanzar la libertad humana, sino llegar bien a fin de mes.
Hasta acá, podemos identificar dos problemas: en primer lugar la necesidad de crear una idea de izquierda pos ilustrada pero que no caiga en los relativismos inútiles de los autores y pensadores posmodernos y devolverle a la ciudadanía una línea argumentativa que les permita pensar de manera concreta la idea de revolución.
Creo que ya es pensable plantear una idea de izquierda y revolución que supere la racionalidad ilustrada moderna: En primer lugar, el pensamiento dicotómico solo lleva a todo tipo de excesos imaginables que ya están bien descritos en libros que describen los horrores de la revolución francesa y el periodo de la segunda guerra mundial. Creo que es importante sustituir el pensamiento dicotómico, por una concepción de la realidad matizada, sin blancos ni negros, sino con distintos niveles de grises, una logica que no excluya , sino que integre y pueda considerar la totalidad de la realidad social como altamente diversa y heterogenea, donde el sujeto o los sujetos revolucionarios tambien son diversos, donde por ejemplo, anarquistas y marxistas no se tengan que matar y odiar decadas despues. Donde el feminismo no sea una “parte” del movimiento social, sino un “aspecto” transversal a todas las prácticas humanas y por supuesto, del movimiento social que quiere liberarse. Es importante que en esta diversidad se incluya la participación de los pueblos originarios con sus propias reivindicaciones. Los ecologistas, con sus aportes en materia de explotación ambiental y todas aquellas comunidades que no se identifican con ningún tipo de sector pero si quieren y comparten el espíritu de cambio radical de las condiciones de vida que actualmente se nos presentan.
Finalmente, la idea de revolución como hito o evento es bastante mala, dada las condiciones presentes hoy. Las formas de opresión, dominación y explotación del siglo xx han cambiado radicalmente, por lo que, es lógico pensar que las formas de combatir el capitalismo y la democracia controlada por los burócratas sean diferentes. Ya no existe una opresión tan visible por parte del aparato del Estado, sino que hay una administración inhumana de todos los aspectos de la vida que producen sistemáticamente sufrimiento y una profunda individualización que impide la correcta articulación social. Es precisamente por eso, que es necesario plantear la idea de revolución como un proceso histórico, en donde el movimiento popular, las organizaciones territoriales y las reformas funcionen como herramientas y pasos para un desmantelamiento del capitalismo de manera paulatina y, al mismo tiempo, necesitamos una izquierda que pueda desarrollar este nivel de articulación a alturas latinoamericanas, con nuestros países hermanos que hemos sido víctima de la economía neoliberal, considerando al continente como conjunto, la unidad mínima de un proceso revolucionario que nos lleve a la libertad humana.
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